Hombres que trabajan, duermen o comen solos; hombres solos que hablan por teléfono, como si quisieran aferrarse a algo que vibra a través del aire y que ofrece una especie de constancia de que del otro lado de la línea hay un atisbo de esperanza o una promesa latente de salvación; hombres que sueñan con una vida que no saben cómo es y empiezan a construir casas con sus manos, o se sientan en soledad a tomar el desayuno, o se bajan del auto en la ruta sólo para quedarse un rato viendo el paisaje yermo: inmenso, hermoso y algo triste. Rick Alverson, el hombre de Richmond, Virgina, Estados Unidos, clase 1971, hace películas bellas, a veces algo tristes; por momentos imbuidas de un espíritu un poco años setenta como si, por ejemplo, el tono de desencanto, escepticismo, pero también de piedad de Two- Lane Blacktop (Monte Hellman, 1971: referencia porosa pero insistente) se impusiera con engañosa gentileza en varias de sus imágenes, menos como un espejo que como una fatalidad. Al igual que con su banda de rock, Spokane, el director parece explorar lo que hay más allá del estruendo del mundo concebido como un apéndice inerte del espectáculo y bajo el imperativo del éxito o la promoción social. Con pudor, con temblor y con un amor insensato por sus personajes, las películas de Alverson nos recuerdan la existencia de un cine posible: aquel cuyos presupuestos no son los de palmear la espalda del espectador, sino los de exhibir los resquicios a través de los cuales se alcanza a adivinar la presencia de un vacío sin nombre. David Obarrio
Luego de cada show, un comediante de stand-up emprende un viaje para reencontrarse con su hija, de la que está distanciado.
Sean es un inmigrante irlandés que regresa de Afganistán y se hace amigo de Ike, un evangelista que se esfuerza por asegurar su salvación.
Un carpintero de origen irlandés se encuentra superado por una fatiga inexplicable e intenta recuperar el espíritu de los primeros pobladores de Estados Unidos para salvarse.
Swanson está por heredar los bienes de su padre moribundo. Mientras tanto, pasa sus días vagando sin rumbo con amigos. The Comedy toca una fibra oscura detrás del humor, que resuena mucho después de haber terminado.